lunes, 19 de diciembre de 2022

TEORÍAS CONSPIRATIVAS

Las teorías conspirativas comienzan a plasmarse tras la ingesta de la segunda copa de vino. Suele comenzar como un jueguecito que tenemos Adolfo Buixó y yo. Mi alter ego me recuerda todo aquello de mis pesadillas recurrentes en las que una invasión zombi primero siembra el caos y luego el apocalipsis a lo largo y ancho del planeta tierra. Buixó me dice aquello de... 

¿Ves?, lo que está pasando ahora con la pandemia esta no es lo mismo pero si muy parecido a lo de tu sueño de los zombis. Joder Jota, hum, eres un visionario tío.
 
Buixó me dice, sí.
 
Porque antes mi alter ego no me hablaba tan claramente como ahora. Con el estado de alarma y las mascarillas cubriéndome el careto Buixó decidió dar un paso adelante, cambiar de fase, ponerse a jugar a nivel Dios y comenzó a hablarme sin tapujos. Pensé que al cumplir los cincuenta lo de Buixó desaparecería pero me equivoqué como en tantas otras muchas cosas. El confinamiento provocó que llegase el teletrabajo a mi vida, que mi hijo, el Pequeño Gran Líder, se pasase el día jugando en la terraza mientras yo me fabricaba mi llaguita estomacal con pacharanes, birras y vermuts y que Adolfo Buixó se colase en mi sesera más que nunca con su voz nasal y sus ideas de bombero. 

Buixó me habla, sí. 

Siempre que me despertaba tras haber sufrido la pesadilla del apocalipsis zombi solía tener algún arañazo en la frente o en el cráneo. Soy calvo. Recuerdo que en un par de ocasiones hasta me desperté con una erección pero nunca llegué a masturbarme porque en mi cerebro no se había quedado plasmada la escena exacta, la escena cero qué dicen, concebida en la pesadilla apocalíptica y causante primera de toda aquella excitación nocturna. Podría haber llegado hasta el fondo del asunto revisando en mis archivos mentales para acabar como es debido el tema de la erección. Soy capaz de hacer eso como lo soy también de desfilar por una avenida sin llegar a cagarme encima. Pero desde que poseo el rol de padre prefiero no ahondar demasiado en esos archivos mentales semi ocultos en el interior de mi tálamo cerebral por respeto a mi hijo, el Pequeño Gran Líder, que todavía hoy me considera un tipo al cual admirar. 

Así que con la segunda copa de vino a Buixó se le empieza a calentar la lengua y comienza a desarrollar una fabulosa teoría conspirativa en la que me asegura que a los chinos se les fue la mano en el laboratorio donde estaban diseñando una perfecta arma biológica para arruinarnos a todos económicamente y convertirse en los amos del mundo sin pegar ni un solo tiro ni ocupar países ajenos con guerras relámpago. Al parecer el señor Equis, llamémosle Puto Señor Li, cometió un error manipulando la probeta en el laboratorio secreto militar chino y se fue tan campante a su casa. Sin embargo, antes decidió pasarse por el mercado de la ciudad de Wuhan donde curiosamente comenzó el brote para comprarle un animal vivo a su hijo que cumplía diez añitos. Uys, qué lignorito más bonito fíjate tú, voy a comprarlo porque seguro que le encantará al joven Chí. Algo pasó en el mercado. Una caricia, un arañazo, tal vez un mordisquito, una caca seca, mucosidad de algún tipo, unas alitas de murciélago fritas y saladitas para matar el gusanillo... Eso hizo que el normal y común orden de los acontecimientos se desbordase generando un efecto en cadena debido a la globalización... Hasta hoy. 

A Adolfo Buixó le encanta recordarme que afortunadamente mi Tía Paterna de noventa y cuatro años que vivía en la residencia falleció a finales de enero de 2020. 

Es una suerte, hum. 

Me dice el cabronazo de Buixó. 

Es una suerte hum que la señora aquella que conocía a alguien nuevo cada día gracias a la demencia senil ya no esté para ver y poder llegar a vivir toda esta historia en primera persona. 

Yo esbozo una lánguida media sonrisa y me lleno la copa de vino antes que él porque nunca me ha gustado perder en nada. Retirarme sí, pero perder jamás. Y perder con Buixó mucho menos. Mi Tía Paterna traspasó, sí. A finales de enero de 2020. Después de habitar la Primera Planta de la residencia donde ubicaban a los pacientes más violentos e incontrolables. Recuerdo como una vez mi Tía Paterna intentó romperme un dedo, recuerdo también como rezaba cada vez más rápido hasta que ponía los brazos en cruz y mirando al cielo se ponía a gritar con su català de Lleida que ya estaba preparada. Recuerdo como me confundía con mi Papá, su hermano, sonriéndome con los ojos humedecidos como si realmente viese lo que ella creía estar viendo. 

Fundido en negro. 

Entonces a las ocho de la tarde se empiezan a escuchar aplausos. Tengo que decir que yo estoy en la semana en la que no tengo al Pequeño Gran Líder. Custodia compartida semana con él semana sin él. Es un detalle importante que no he citado hasta ahora. Cuando mi hijo no está conmigo aparece Adolfo Buixó para alegrarme las jornadas y hacerme pensar en cosas e ideas, teorías conspirativas aparte, que cuando estoy con mi Pequeño Gran Líder a cuestas ni siquiera me planteo. Suenan los aplausos y a veces Buixó me dice que tenemos que salir a la terraza del cuarto piso que entiendo acabaré de pagar cuando abran las notarías gracias a que mi Tía Paterna con demencia senil ha dejado de conocer a gente nueva continuamente. 

Y salgo, porqué no. Para encontrarme con gente de la que solamente puedo intuir sus vidas. ¿Salgo? No. Salimos. Buixó y yo. Para encontrarnos con personas que no conocemos de nada en balcones y terrazas de edificios contiguos y lindantes.  No hay coches ni calles porque mi piso, como el de ellos, da a la zona de detrás, a un interior repleto de patios, algunos con jardines, plantas y algún que otro cerramiento de obra ilegal. Un hermoso y variopinto zoco repleto de añadidos a las viviendas donde todos acumulan metros cuadrados ajenos a los porcentajes sobre los que se calculan los impuestos de bienes inmuebles. Gracias a la orientación interior de mi vivienda puedo escuchar a los vencejos por la mañana ya a mediados de abril. Y también puedo ver como cuando anochece los murciélagos van volando en círculos cambiando de rumbo para no completar nunca esas circunferencias de manera perfecta. Son unos vuelos hipnóticos que a veces hacen que se me humedezcan las palmas de las manos porque no sé muy bien si esos roedores alados y ciegos van a variar su dirección de vuelo para atacar mi cuello y contagiarme algo diseñado con bacterias en algún laboratorio militar de Asia. 

Yo aplaudo también con Adolfo Buixó susurrándome cosas feas al oído. Qué si la chica del pelo azul que aplaude a mi izquierda tiene un polvo. La chica del pelo azul que muchas mañanas veo en la azotea del edificio de la izquierda fumando, consultando qué se yo en su móvil o simplemente apoyada en la pared tomando el sol diez minutos; un respiro de su confinamiento. La chica del pelo azul cada vez menos azul y más gris porque las peluquerías están cerradas. La chica del pelo azul con la que una mañana intercambié sonrisas y le pregunté levantando la voz para salvar la distancia entre su azotea y mi terraza comunitaria pero de uso privativo qué tal lo llevaba y ella sonriéndome qué bien, con paciencia pero bien y vuelta a sonreír. Y luego a darle al dedito sobre la pantalla del móvil. Con Buixó súper interesado en si me había fijado en como movía la chica su dedito. En cómo deslizaba aquella yemita sobre la pantalla como si jugara con algo que en lugar de pantalla bien podría ser mi pezón izquierdo que por lo que sea es bastante más sensible que el derecho. Un pezón activador del mecanismo que tengo entre las piernas.
 
Qué dedo más travieso que tiene la chavala del pelo azul. ¿Te has fijado Jota? Claro que te has fijado hum. Guapa no es pero tiene algo... La verdad es que estando confinados por el tema este de la pandemia con su azotea y tu terraza comunitaria de uso privativo tan cerca la una de la otra, hum, no sé porque no pegas un salto con dos birras en la mano y te plantas delante de ella sin mascarilla ni nada para decirle que ha llegado la hora de hum tomarse algo para conocerse mejor, más a fondo. Tú tienes ya los huevos pelados de saltar a esa azotea, joder Jota. Cada vez que se te cuelga allí una hum pelota cuando andas jugando con el Pequeño Gran Líder entras y sales de ella como si fuera una parte más de tu terraza comunitaria de uso privativo. Ve Jota ve, no seas cagado. Anda. Tírate a la piscina tontorrón. Hum. Seguro que el agua está caliente. Además tu novia madrileña, la Chica Brillante, está a seiscientos kilómetros y con toda esta movida del virus y el confinamiento igual te pasas un año sin volverla a ver. La Chica Brillante se ha convertido en una voz. Hum. Has olvidado cómo huele. No puedes sentir sus caricias ni paladear el sabor que contienen sus besos. A lo mejor la Chica Brillante pilla el virus y fallece. Y no la ves más. Nunca. Hum. Y enton..

Aplaude la pareja de jubilados, población de riesgo, que cada mañana se pone a caminar por su salón ganando metros de recorrido poniéndose a caminar también a lo largo de su balcón durante media hora larga me figuro que para no empeorar los problemas circulatorios en las extremidades inferiores que seguramente deberán padecer. Aplaude la parejita de gays que tras los aplausos se queda diez minutos más en la terraza moviendo los hombros y el culito como si llevaran un Vibralux © metido en el culo al compás de la puta música que ha puesto el vecino de la planta baja con moqueta de césped artificial. Aplaude ese garrulo que habla a gritos seguramente porque está medio sordo o es gilipollas, padre de dos niñas de menos de diez años y un bebito de meses que se pasa el día berreando hasta que su madre, otra garrula que habla bajito porque no suelo oírla pero que gesticula como si se hubiese fumado una pipa de metanfetamina, le tapa la boca al bebé con su ubre repleta de leche materna azucarada. Aplauden todos para homenajear a aquellos cuyo trabajo es esencial y que nos ayudarán a salir de esta pandemia con eslóganes que nos repiten a cada momento en la prensa, radio, televisión y finales de correos o conversaciones telefónicas donde todos se despiden de todos con un cuídate mucho como si a unos les importase de verdad lo que les sucede a otros. Bombardeándonos con mensajes positivos. Es como si estuviésemos en Navidad donde se nos está vendiendo y obligando a creer que todos somos unas excepcionales personas que piensan más en el resto que en ellos mismos. Cuando de hecho somos una pandilla de hijos de la gran puta preocupados solamente por nuestro bienestar propio y tal vez por el de nuestros seres más allegados siempre unidos en consanguinidad. Aplauden con sonrisas repletas de dientes y miradas que nos traspasan para ver cómo son los interiores de las viviendas. 

A las nueve de la noche Buixó y yo ya estamos de vuelta de todos y de todo. La botella de vino se ha terminado, los aplausos se han perdido como las lágrimas en la lluvia de aquella película donde los diferentes eran perseguidos porque pese a ser iguales que el resto por fuera, por dentro resultaban ser mucho más perfectos, mejores y cuasi invencibles. Adolfo Buixó suele irse sin decir adiós. Con sus teorías conspirativas a cuestas. Mascullando y a menudo arrastrando las palabras. Dice que ellos ponen algo en el agua y es por eso por lo que él solamente bebe vino. Porque el vino está a salvo. 

Está a saaalvo, Jota. Hum. 

Repite.  

A saaalvo. 

Y yo me pongo a llorar acurrucado, encogido, echando de menos a la Chica Brillante, pues no sé si volveré a verla algún día cuando pase el estado de alarma y el confinamiento.

domingo, 18 de diciembre de 2022

PORNO

Brenda Wilson en realidad se llama Rocío García y no tiene ni puta idea de hablar inglés. Mientras Rafa le está grabando con la cámara digital para colgar luego en la web todo lo que salga, el tío no deja de preguntarle si le gusta comer pollas y si estaría dispuesta a que le peten el ojete. Y Brenda, que no se entera de nada, no para de sonreírle a la cámara con cara de gilipollas mientras mueve mucho los brazos haciendo aspavientos tal y como le hemos dicho que tenía que hacer. Todo eso para acto seguido no parar de decir que a ella le va todo lo big big big y venga a reírse la tía asomando la puntita de la lengua entre los dientes blanqueados en una franquicia de Dentix.

Estamos en una casa de un primo de Rafa. En una urbanización de Cubelles, provincia de Barcelona, en concreto en la habitación donde solemos filmar entre semana. Toda la decoración resulta ser muy austera pero moderna. Yo estoy detrás de Rafa fuera de plano, sorbiendo por la nariz todo encocado y alucinando un poco porque cada semana los capullos del casting nos traen a una chavala peor. Afortunadamente cuando le metamos a Brenda Wilson una buena ración de  Nitrito de Isopropilo por las narices tanto dará que no sepa inglés porque se le dilatará de tal manera el agujero de su garrulo trasero que después de la sesión la cabrona descubrirá recovecos de su cuerpo donde jamás se hubiese pensado la tía que pudiese llegar a tener agujetas.

En fin, esto funciona así, cada martes es lo mismo. Los del casting nos traen a cajeras de supermercado, estudiantes de módulos de peluquería, futuras esteticistas que se rayaron con los anuncios aquellos de porque yo lo valgo o sencillamente adolescentes ninis que no quieren ni estudiar ni trabajar y que pretenden ser famosillas adentrándose en el fabuloso mundo del porno aprovechándose de las nuevas tecnologías sin caer en la cuenta de que al final, resultará que serán las nuevas tecnologías las que se aprovecharán de ellas. Si no tiempo al tiempo porque Internet es muy cabrona y nunca olvida.

El resultado del casting de los martes son un montón de poligoneras con culitos respingones, bragas de encaje compradas en webs pseudo exclusivas, cutis de lo más suaves, hombros tatuados con flores y enredaderas imposibles repletas de colorines. Chicas portadoras en definitiva de toda una inmensa gama de decoloración en el pelo con mechas diversas y alisados japoneses realizados en peluquerías chinas a las tantas de la noche a precios de low cost; algunas nos vienen con leggins brillantes y ceñidos, botas de caña hasta la rodilla o jeans ajustados, todas eso sí son chicas muy maquilladas que casi siempre apestan a Chanel número cinco porque leyeron en un blog de alguna It girl nacional y nariguda con los morros pintados de rojo sangre; o bien les contaron mientras compartían porrillos de maría en parkings de supermercados a la hora del desayuno, que Marilyn Monroe usaba únicamente aquel perfume como pijama cuando se estiraba en su cama con sábanas de seda toda empastillada para superar lo que ella consideraba una vida de mierda. Y como Marilyn era un mito ellas no quieren ser menos, con lo que en su inopia intelectual se dejan llevar creyendo que van a recoger el testigo del mito como si los mitos dejasen testigos para generaciones posteriores que no, porque lo único que dejan son un cadáver joven y unos derechos de autor que normalmente contienen seis cifras y que acaban siendo explotados por multinacionales o parientes lejanos surgidos de quién sabe dónde.

Todos los martes la misma historia con chavalas que no saben ni papa de inglés y que se dejan follar y magrear las tetas por cien eurillos, confiadas con la firma de un contrato que les deja en bragas, esto es sin poder reclamar sus derechos de imagen y eso sí, con la promesa de que si la cosa funciona por Internet y hay descargas a tutiplén las volveremos a llamar para ponernos ya más en serio con el fabuloso negocio onliniano del porno en el siglo XXI.

Los martes en realidad son una mierda porque donde está el negocio de verdad es en los sábados. Esto es así y lo otro es asá. Rafa y yo sabemos dónde está la pasta gansa de verdad. Es lo que hay.

Y es que los sábados por la noche es otro cuento. Los sábados cambiamos de decorado y casi siempre filmamos en el interior de un camión que suele estar aparcado bien lejos de zonas urbanas. Miroslav nos trae a sus chavalillas del Este sedadas y últimamente a sus ninfas sirianas aprovechando la coyuntura con el rollo ese de los refugiados que se pierden por el camino por culpa de las mafias. Entonces Rafa no se está por hostias, se pone la capucha de cuero con remaches y deja de hacer preguntitas tontas de si te gusta esto o lo otro mientras no deja de filmar las reacciones y sobre todo, eso es lo mejor, las caras de acojone. Los sábados el Nitrito de Isopropilo se deja en el cajón y toca sacar la farlopa, el vodka, los puños americanos y todo el metal cortante contenido en el interior del maletín que Miroslav y sus camaradas se traen. Siempre nos sorprende con cosas diferentes el tío. Es un puto profesional de las snuff movies. A veces un soplete, otras un juego de alicates oxidado con los que el KGB, según nos dice, sacaba información en los setenta. El sábado es como si volviésemos al pasado, a otra época; dejamos el color para volver al blanco y negro. Lo digital se reconvierte en analógico y al final de la jornada resulta que los que tenemos agujetas somos el Rafa y yo por haber repartido hostias finas a chavalas que con toda la mierda que les obligamos a tomar, acaban hablando inglés, ruso y a veces hasta chino mandarín con el rímel todo corrido entremezclado con saladas lágrimas de dolor y mocos gelatinosos.

sábado, 10 de diciembre de 2022

EL GRAN ACONTECIMIENTO

 

Todo estaba preparado para el gran acontecimiento. Las calles engalanadas con flores frescas, pancartas, orlas, banderas y una multitud sonriente que se había vestido para la ocasión con sus mejores ropas. 

El día acompañaba, porque aunque fuese ya media tarde, el sol seguía iluminando a toda la ciudad. Había familias venidas de otros municipios que habían hecho hasta trescientos kilómetros para poder asistir al evento y tener así la posibilidad de poder contar, pasado el tiempo a sus nietos, como ellos estuvieron aquel día allí, entre la multitud que esperaba radiante el paso por la calle de toda la comitiva triunfadora, en un día histórico que sin duda, sería siempre recordado. 

Meretz, sin embargo, no estaba entre ellos. Vestido a rayas con su sucio uniforme de prisionero, especulaba en las duchas del campo de concentración sobre en qué momento saldría el agua y si esta, estaría muy caliente o gélida. 

Siguió alumbrando el sol cuando la comitiva alcanzó por fin las primeras calles engalanadas. La multitud sonreía levantando los brazos para saludar al salvador de la patria. A su paso, el Führer, podía comprobar cómo el pueblo le aclamaba mientras él les devolvía el saludo contemplándolos orgulloso. La patria, toda la multitud rugía...

Como rugió Meretz, cuando sus intestinos comenzaron a estallar debido al gas nervioso surgido de las duchas. Un gas que le quemaba por dentro mientras él se retorcía moribundo en el suelo sobre un charco de sangre, espuma y mierda.

jueves, 1 de diciembre de 2022

LA REVISIÓN

 


Siempre es igual, ¿sabe señora? Al final se reduce siempre a lo mismo. Es algo básico. Se trata de la estanqueidad o dicho de otro modo, comprobar que no pierde por ningún sitio. Es lo único que importa, evitar que no haya fugas y que la instalación sea compacta y se mantenga en un estado óptimo. Óptimo es igual a seguro, claro está. Y le aseguro que no es tarea fácil conseguir dominar todo eso. Son un montón de detallitos. Conseguir que permanezca todo dentro, sin salir, sin que se escape. Es la estanqueidad señora. Es la dichosa estanqueidad. 

 

Controlado eso el resto es sencillo con un día a día más o menos estable. Y la estabilidad se consigue con el día a día ese que le comento, sin fijarse muchas metas fíjese lo que le digo, se trata únicamente de dejar pasar el tiempo entreteniéndose con cosillas porque la vida está llena de muchas cosas que pueden vivirse, leerse, comerse, beberse y sentirse. Pero bueno, quédese ahí sentada que ya voy yo a la cocina. Está por allí, ¿no? Con su permiso señora. Usted quédese sentadita en su silloncito que yo vuelvo enseguida. No vaya a ser que las rodillas le jueguen una mala pasada porque a estas edades ya se sabe. Por cierto qué cocina más limpia que tiene, señora. Limpia y bonita de verdad y se lo digo con conocimiento de causa porque con lo mío veo cada cocinita llena de grasa que ni le cuento. Con su permiso voy a cogerle algo para hacer palanca y así podré verlo todo mejor. Los cajones están allí. No se preocupe que ya los veo. Muy bien señora, no se preocupe que es un momento. No tardaré mucho.

 

¿Sabe, señora? Me recuerda usted a mi madre que en paz descanse. Mi madre me dejó hace ya cinco años, tenía ochenta y cinco la pobrecita cuando se fue y me recuerda usted mucho a ella, fíjese. Cinco años ya, madre mía cómo pasa el tiempo. ¿Sabía usted que las revisiones para comprobar el estado de conservación tienen que realizarse cada cinco años? No es que sea obligatorio pero sí que es preferible cumplir con ese plazo. Más que nada porque si se deja pasar más tiempo la situación podría llegar a descontrolarse y la estanqueidad se iría al carajo. Por eso es bueno hacer una revisión cada cinco años, créame. Me acuerdo una vez que fui a casa de una señora también ya mayorcita como usted pero con bastantes más problemas de movilidad. A la pobrecita creo que le acababan de operar de la cadera. Habían pasado siete años desde la última revisión y no quiera usted saber la de defectos que me encontré. Madre mía. Fue muy complicado. Sin duda una de las visitas más complicadas que he hecho a lo largo de mi carrera y mire usted que ya llevo unos cuantos años con todo esto.

 

Aunque a lo mejor fue también bastante culpa mía, ¿sabe, señora? No quiero decir con esto que la señora aquella no tuviese nada que ver pero es que claro, si lo pienso fríamente y la distancia ayuda bastante para llevar a cabo una visión con perspectiva, si yo no hubiera dejado pasar siete años entre revisión y revisión pues como que la situación no se habría descontrolado como lo hizo, ¿sabe usted señora? No sé si me explico o puede usted llegar a entenderme, que la veo ahora mismo un poco dispersa.

Me refiero a que cuando dejas pasar demasiado tiempo entre una revisión y otra la estanqueidad prácticamente desaparece y cuando descubro la fuga pierdo un poco el control, no sé si me explico señora. Pero bueno. Mire, con esto puedo hacer palanca, ¿ve? Tranquila que no se lo doblaré señora. Tiene aquí usted un buen cuchillo de carnicero, de los de antes, madre mía. Sí señor. Ya lo sabía yo cuando la he llamado por el interfono señora. Tengo un ojo yo para las revisiones… Es lo que aporta la experiencia. Y pensar que han pasado cinco añitos ya. Si es que el tiempo pasa súper deprisa señora. Uno no se da cuenta y ya han pasado cinco años. Zas. Menos mal que el cuerpo me avisa. El cabrón es listo y me lo va avisando como con señales. Son como destellos. Sueños. Ideas que de repente se me aparecen para desvanecerse enseguida dejando una especie de resto o grumo. A veces en la boca. Los avisos me saben a metal, ¿sabe? O es la percepción que yo tengo. Aunque bien podría ser también el gusto de la sangre. Cuando uno se muerde un labio o un moflete por dentro sin darse cuenta la sangre que brota de la herida tiene ese regustillo metálico. Dichosas fugas.

 

Si es que todo esto tenía que salir por algún sitio señora, no me lo tenga en cuenta. Es la estanqueidad que le comentaba al principio. Puede estar controlada, sin fugas, sin perder ni un ápice de energía durante cinco años pero es que si no la libero antes o después me vuelve loco, ¿sabe? Joder. Al final tengo que dejarla salir porque está muy bien cobrar la pensión vitalicia esa. Vivir sin trabajar. Hacer la terapia mensual y hasta incluso ponerme con lo del voluntariado en la Cruz Roja para dar compañía a viejitos por las mañanas. Todo eso está muy bien pero al final uno se cansa de doblarse al pito, contar veinte cuando te comes una ficha y leer en voz alta La Vanguardia. Con lo que al final tengo que hacer las revisiones señora. Entiéndame. Y créame cuando le digo que si lo llego a saber no le arreo tan fuerte en la nariz. Porque está dejando el sillón hecho una mierda señora. Por no comentar lo del regusto a metal que debe tener en la boca. Y parecía que los tenía postizos pero no. Al final los dientes eran suyos y eso tiene mucho mérito, señora. Madre mía que no me va a pasar la revisión y al final tendremos lío. Me da a mí que todo esto le pierde señora. Le pierde por todos lados y yo no soy de hacer segundas revisiones, ¿sabe? Se parece un montón a mi madre que en paz descanse. Se lo he dicho ya, ¿no? Abra la boca por favor. No, así no que no cabe, señora. Más. Tengo que comprobar la estanqueidad para que pueda pasar la revisión, señora. Más. Abra más. MÁS. Vieja de los cojones.